Luego de identificar al personaje principal y su conflicto, podemos analizar el ambiente que le rodea. Estamos en la Inglaterra del rey Enrique II, en el siglo XII -específicamente los años que comprenden entre 1,150 a los 1,180-. El bosque de Sherwood es el lugar donde Robin Hood y sus amigos pasan la mayor parte de su tiempo. Podríamos pensar en colocar una escenografía de un bosque: árboles frondosos hechos de cartón y plástico y yerbas sintéticas para lograr la impresión de un bosque, pero, la magia de jugar con las imágenes es: que podemos crear los arboles, y todo el bosque, con los cuerpos de los actores.
Es en esa experimentación en la escena donde los actores y el director crean a partir de los recuerdos. Todos hemos visto un árbol, podemos reconocer arboles de distintos tamaños y colores. Lograr que esa imagen se convierta algo reconocible para el espectador será nuestra meta. Para que funcione una imagen debemos ponderarla desde el punto de vista del espectador, se debe quitar de la mente cualquier imagen contaminada, es decir, ir a lo simple. Un árbol es un tronco, ramas y hojas, pues, los cuerpos de los actores deben expresar esa imagen en su pureza. Para reforzar esa imagen podemos añadir la narración de la acción, hablar sobre el bosque de Sherwood. Luego hemos de colocar al personaje principal enfrentado a ese espacio y que interaccione con el ambiente.
El teatro es juego y experimentación. En resumen: creamos una obra a partir de un texto, y rescatamos las ideas más importantes. Eso nos proporcionará un bosquejo de lo que será nuestra obra. Sabemos quién es nuestro personaje principal y en qué lugar se encuentra. Creamos imágenes del ambiente, colocamos al personaje principal dentro del ambiente y reforzamos las imágenes con texto del prólogo. En la próxima entrega discutiremos sobre: los actores y su trasformación en escena.